Cuando pienso en entrenar el cuerpo, la imagen del gimnasio aparece enseguida. Máquinas, rutinas, series, repeticiones. Está claro cómo fortalecer un músculo. Sin embargo, cuando trato de pensar en algo equivalente para la mente, no existe un lugar físico con mancuernas para el cerebro. Eso no significa que no se pueda entrenar, solo que el entrenamiento adopta otra forma.
El músculo responde a la resistencia física; el cerebro, a la resistencia mental. Resolver un problema difícil, enfrentarse a un idioma nuevo, escribir una idea compleja o atreverse con un libro que incomoda pueden ser, en cierto modo, las pesas invisibles del pensamiento.
Hay actividades que parecen entrenamiento y no lo son. Igual que caminar suavemente no sustituye a levantar peso, leer sin procesar o pasar de una información a otra sin detenerse no ejercita demasiado la mente. El esfuerzo está en detenerse, en pensar, en ordenar.
Un gimnasio no es solo máquinas, también es rutina y disciplina. Con el cerebro ocurre algo parecido: requiere hábitos. Leer, escribir, memorizar, discutir, aprender, descansar. Cada pequeño acto consciente puede verse como una serie más en ese entrenamiento.
Me gusta imaginar que existe un gimnasio invisible para la mente. No hay pesas ni colchonetas, pero sí rincones para leer, cuadernos donde escribir, personas con quienes debatir. Cada cual elige sus ejercicios y diseña sus rutinas.
Quizá no haya una fórmula definitiva, y puede que incluso esta metáfora se quede corta. Pero pensar en la mente como un músculo que también necesita su entrenamiento me ayuda a no olvidarla, a no darla por sentada.